La santísima Virgen María, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. "Bendita entre todas las mujeres" debido a su maternidad divina y la peculiar santidad de su cuerpo virginal, la Virgen Inmaculada, que había tenido desde su concepción el privilegio de ser preservada inmune de toda mancha de pecado original, fue preservada también inmune de la corrupción del sepulcro.

La asunción es el coronamiento de todas las glorias que derivan de la maternidad divina y que María misma ha cantado en el Magnificat: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".