La devoción al
Inmaculado Corazón de María.
La segunda aparición de
Nuestra Señora.
«Lucía se alejó un poco, hacia el lado de Fátima, a la sombra de una gran encina. Hacía mucho calor. Se sentó cerca del árbol y Francisco y Jacinta se sentaron cada uno a un lado de Lucía. Comenzaron a comer semillas de lupino y a divertirse con los otros niños. Pero a medida que pasaba el tiempo, Lucía se ponía más seria, más pensativa. Jacinta continuó divirtiéndose y Lucía le dijo:
"¡Quédate quieta, tranquila, Jacinta! ¡Nuestra Señora va a llegar!"
Rezamos el Rosario y en el momento en el que una niña de Boleiros iba a comenzar las letanías, Lucía la interrumpió diciendo que ya no había tiempo suficiente para rezarlas.
Repentinamente, ella se levanta, arregla su chal, la bufanda que le cubría la cabeza, arregla su vestido como lo hubiera hecho para entrar en una iglesia, y gira hacia el este, esperando la aparición.
Había alrededor de unas cincuenta personas agrupadas cerca de la encina, y todo el mundo escuchó a Lucía gritar: "¡Miren el relámpago!... ¡Nuestra Señora va a llegar!" Pero solo los niños la vieron. Los tres corrieron hacia la encina y nosotros atrás de ellos. Nos pusimos de rodillas en el medio de arbustos y retamas espinosas.
Las ramas del pequeño árbol se doblaron en forma circular por todos lados como consecuencia de la presencia de Nuestra Señora».
«– ¿Qué quiere Usted de mí? pregunté.
– Quiero que vengan aquí el día 13 del mes que viene; que recen el Rosario todos los días y que aprendan a leer. Luego, les diré lo que quiero.
Pedí la curación de un enfermo.
– Si se convierte, se curará durante el año.
– Quería perdirle que nos lleve al Cielo.
– Sí; a Jacinta y a Francisco los llevaré pronto. Pero tú, Lucía, te quedarás aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien abrace esta devoción, le prometo la salvación; y estas almas serán amadas por Dios, como flores puestas por mi para adornar su trono.
– ¿Voy a quedarme aquí sola? pregunté con pena.
– No, hija. ¿Y tú sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te abandonaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.
Fue en el momento en que dijo estas últimas palabras, cuando abrió sus manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de esa luz inmensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se elevaba al Cielo y yo en la que se esparcía sobre la tierra.
Delante de la palma de la mano derecha de Nuestra Señora había un corazón, cercado de espinas, que parecían estar clavadas en él. Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, que pedía reparación».
«"¡Miren, ella se va, ella se va!"
"¡Se terminó! Ahora no la vemos más, regresó al Cielo. Las puertas se cerraron"».